Asombrosa cercanía


Presentamos aquí el volumen II de las meditaciones eucarísticas de Tadeus Dajcer. Transcribo parte de la última meditación:

“Mira que estoy a la puerta y llamo” (Apoc 3, 20)

Pero Tu, Jesús presente en la Eucaristía, quieres que yo también llame a la puerta. Tú quieres depender de mí, hombre de poca fe, deseas suscitar en mí la oración.

Estoy encerrado en mí mismo. No soy capaz, no quiero abandonarme a mí mismo; sin embargo me encuentro frente a la puerta que conduce a tu Corazón eucarístico, por la que debería querer entrar. Enséñame a llamar, enséñame a tocar la puerta, porque constantemente me quiero maltratar, herir… Y tal vez no tengo esperanza de que esa puerta se abra algún día. O tal vez no lo deseo.

No es tan fácil llamar a la puerta, porque significa esperar, entrar en comunión, y yo no se cómo hacerlo. Por lo tanto, enséñame, Señor Jesús, oculto en la Eucaristía, a esperarte cada vez más, a entrar cada vez más en comunión contigo. Un niño es capaz de llamar pateando la puerta,  pero yo sigo sin ser niño; no golpeo fuertemente la puerta porque sigo necesitándote demasiado poco (…)

Quiero decirte, Señor Jesús presente en la Eucaristía, que llamo a la puerta únicamente porque Tú me lo permites. Debería reconocer delante de ti que más bien eres Tú el que llama continuamente y que yo soy el que no te quiere abrir. Es admirable que quieras depender de mí, que soy un pecador. Y así es mi santa Misa muy extraña. ¡Tú estás tan cerca, buscándome hasta el agotamiento, hasta la Cruz, y yo, tan indiferente, tan lejano! ¡Mueres por mí, vienes al altar y haces depender de mí el quererte recibir!

Tienes que enseñarme todo, tienes que enseñarme a reconocer tu amor indefenso, tu verdadero rostro, que sigo sin descubrir. “Si estuvieseis verdaderamente convencidos –nos dice Cristo por medio de santa Catalina de Siena- de que os amo más de lo que vosotros os podéis amar, no conoceríais ese movimiento inquieto de la mente, esas eternas tormentas, dificultades, que con frecuencia convierten su vida en un infierno…”


Decimos la maravillosa oración del Señor, con la palabra más admirable de todas: “Padre nuestro”. Convertirse en padre en sentido humano quiere decir hacerse plenamente dependiente de un ser pequeño, frágil, que a la vez es completamente dependiente de su entrañable papá y, por eso, posee el “poder absoluto” sobre su corazón. Dependemos tanto de las personas que dependen de nosotros…

Comentarios

Entradas populares de este blog

Dios es siempre nuevo

Alguien a quien mirar

Castellano