Asombrosa cercanía

“Mira que estoy a la puerta y llamo” (Apoc 3, 20)
Pero Tu, Jesús presente en la Eucaristía, quieres que yo
también llame a la puerta. Tú quieres depender de mí, hombre de poca fe, deseas
suscitar en mí la oración.
Estoy encerrado en mí mismo. No soy capaz, no quiero
abandonarme a mí mismo; sin embargo me encuentro frente a la puerta que conduce
a tu Corazón eucarístico, por la que debería querer entrar. Enséñame a llamar,
enséñame a tocar la puerta, porque constantemente me quiero maltratar, herir… Y
tal vez no tengo esperanza de que esa puerta se abra algún día. O tal vez no lo
deseo.
No es tan fácil llamar a la puerta, porque significa
esperar, entrar en comunión, y yo no se cómo hacerlo. Por lo tanto, enséñame,
Señor Jesús, oculto en la Eucaristía, a esperarte cada vez más, a entrar cada
vez más en comunión contigo. Un niño es capaz de llamar pateando la
puerta, pero yo sigo sin ser niño;
no golpeo fuertemente la puerta porque sigo necesitándote demasiado poco (…)
Quiero decirte, Señor Jesús presente en la Eucaristía, que
llamo a la puerta únicamente porque Tú me lo permites. Debería reconocer
delante de ti que más bien eres Tú el que llama continuamente y que yo soy el
que no te quiere abrir. Es admirable que quieras depender de mí, que soy un
pecador. Y así es mi santa Misa muy extraña. ¡Tú estás tan cerca, buscándome
hasta el agotamiento, hasta la Cruz, y yo, tan indiferente, tan lejano! ¡Mueres
por mí, vienes al altar y haces depender de mí el quererte recibir!
Tienes que enseñarme todo, tienes que enseñarme a reconocer
tu amor indefenso, tu verdadero rostro, que sigo sin descubrir. “Si estuvieseis verdaderamente convencidos –nos dice Cristo
por medio de santa Catalina de Siena- de que os amo más de lo que vosotros os
podéis amar, no conoceríais ese movimiento inquieto de la mente, esas eternas
tormentas, dificultades, que con frecuencia convierten su vida en un infierno…”
Decimos la maravillosa oración del Señor, con la palabra más
admirable de todas: “Padre nuestro”. Convertirse en padre en sentido humano
quiere decir hacerse plenamente dependiente de un ser pequeño, frágil, que a la
vez es completamente dependiente de su entrañable papá y, por eso, posee el “poder
absoluto” sobre su corazón. Dependemos tanto de las personas que dependen de
nosotros…
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