Acojamos a Cristo, nuestro Sumo Sacerdote


El cardenal Albert Vanhoye, S.J. fue desde el año 1963 profesor de Exégesis del Nuevo Testamento en el Instituto Bíblico de Roma, del cual fue rector (1984-1990). Asimismo, ha sido miembro de la Pontificia Comisión Bíblica (1984-2001) y dirigió sus trabajos desde 1990 a 2001. En 2006, Benedicto XVI lo creó cardenal de la Iglesia católica. En 2008 dio los ejercicios espirituales a Benedicto XVI y a la curia romana. El libro que recoge dichos ejercicios ha sido publicado por Ed San Pablo: “Acojamos a Cristo, nuestro sumo sacerdote”.

A lo largo de 17 meditaciones Vanhoye se centra en el comentario a la Epístola a los Hebreos, que considera una larga homilía sobre el sacerdocio. En ellas conjuga la solidez teológica y exegética con sugerentes aplicaciones prácticas orientadas a la identificación con Cristo, a la que todos los cristianos estamos llamados. Recogemos algunas ideas de la penúltima meditación, donde trata del sacerdocio común de los fieles:

La Carta a los hebreos da gran relieve a la novedad del sacrificio del sacerdocio de Cristo. Uno de los aspectos de esta novedad es la apertura a la participación. El sacerdocio antiguo no estaba en nada abierto a la participación; estaba fundado en un sistema de santificación por medio de separaciones y, por tanto, reservado exclusivamente a los sacerdotes y al Sumo Sacerdote. Cuando el Sumo Sacerdote penetraba en el Santo de los Santos, ningún otro podía acompañarlo o seguirlo. El Levítico precisa que entonces: "Nadie debe estar en la Tienda del Encuentro" (Lev 16, 17), ni siquiera en la primera parte llamada el "Santo". En cambio, el sacerdocio de Cristo está plenamente abierto a la participación, porque está fundado en un acto de completa solidaridad fraterna con nosotros pecadores.

La Carta a los hebreos afirma que, con su oblación, Cristo "ha hecho perfectos para siempre a los que han sido santificados" (Heb 10, 14). "Hacer perfecto" a alguien indica también en este contexto consagrarlo sacerdote. Con su oblación, Cristo ha consagrado sacerdotes a quienes han sido santificados. Todos los cristianos gozan ahora del privilegio sacerdotal, un privilegio superior al del Sumo Sacerdote antiguo, porque tienen tienes derecho a entrar en el verdadero Santuario sin ningún límite de tiempo, y son invitados ofrecer continuamente a Dios, por medio de Cristo, sus sacrificios. El autor lo dice en el capítulo 13: los sacrificios son una eucaristía, "sacrificio de alabanza", y una vida de caridad (Heb 13, 15-16).
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San Pedro, en su primera carta, aplica a la comunidad de creyentes un título sacerdotal. La llama "hierateuma" (1 Pe 2, 5.9), un término que significa " organismo sacerdotal, un término colectivo, que se encuentra en la traducción griega del Antiguo Testamento. San Pedro, en este pasaje espléndido del capítulo 2, expresa todo el día mismo de la nueva vida de los creyentes, fruto de la pasión y de la resurrección de Cristo. Este pasaje es verdaderamente capital para nuestra vida espiritual y eclesial. 

1 Pe 2, 4-5: “Acercándoos a él, la piedra viva, rechazada por los hombres pero elegida y preciosa a los ojos de Dios, también vosotros, a manera de piedras vivas, sentrad en la construcción de un edificio espiritual, para ejercer un sacerdocio santo y ofrecer sacrificios espirituales, agradables a Dios por mediación de Jesucristo”. 
 En esta frase la relación con el Señor se expresa de manera muy profunda. Pedro dice que debemos acercarnos al Señor; la conversión cristiana es siempre una conversión hacia Cristo y, a través de Cristo, hacia Dios. Esta conversión asume también una dimensión comunitaria, eclesial. Cuando entramos en contacto con Cristo, somos asimilados a él e integrados en un edificio espiritual que es un santuario de Dios. Así somos liberados de la dispersión, liberados de nuestro individualismo, y reunidos con todos para formar juntos la casa de Dios.



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