Lectio divina. Tiempo de Cuaresma


Ya he hablado aquí de la colección de Verbo divino sobre la Lectio divina en referencia al tiempo de Adviento. Quiero recomendar ahora el volumen dedicado a la Cuaresma.

Vivimos en un tiempo de grandes cambios, de continuas puestas al día: de personas, instituciones... En esta euforia de cambio, impuesta por el mundo que nos toca vivir, necesitamos un cambio de mayor consistencia que las olas que mueren en la arena; nos referimos al cambio de nosotros mismos, a nuestro modo de sentir, pensar y actuar.

Hoy, todo se sucede con rapidez. Parece que todo pasa de modo caótico, sin que tengamos la posibilidad de darnos cuenta de lo que sucede. Creemos que debemos aclarar, poner orden en nuestra vida. Sentimos la necesidad de un tiempo para "respirar".

En estos momentos en que se exalta la libertad, resulta que nos vemos atrapados por formas sutiles de esclavitud; algunos echan mano a liberaciones que resultan evasiones momentáneas, huidas, adormecimientos. En muchos sectores aparece una renovación continua, pero no parece que esto ayude a superar esa sensación profunda de vejez que progresa inexorablemente. Con frecuencia escuchamos una frase en nuestras conversaciones: "Estoy agotado, no puedo más". Las vacaciones, las fiestas y los fines de semana no parece que consigan el efecto deseado. Necesitamos un reposo profundo que brote de un silencio vivificante.

Las relaciones, tanto a nivel personal como social, se han hecho complicadas, conflictivas, falsas, creando profundas dificultades. Aspiramos a una mayor claridad y serenidad, a superar el odio, a creer en la fecundidad del perdón, en la alegría de la reconciliación, del encuentro; a reunirnos fraternalmente, en el diálogo. Todo esto no son más que las diversas facetas de una necesidad de salvación, pero el hombre, todos los hombres juntos, ¿es capaz de realizarla?
Para el cristiano, la cuaresma es un tiempo de verdadero cambio y renovación, tiempo para volver a respirar a pleno pulmón, tiempo para poner en orden tantas confusiones, para entablar relaciones auténticas, para restablecer diálogos rotos, para disfrutar del verdadero descanso..., todo para llegar a la salvación. Y esto no se lleva a cabo con un mero querer de la voluntad, ni es fruto de una inteligencia despierta; nace de esa decisión que nos pone a la escucha de Dios, de dejarse cambiar por Él, de abandonar nuestros caminos para caminar por los suyos, de entrar en la dinámica de una historia de salvación.

La cuaresma es ante todo la proclamación del itinerario de nuestra salvación. El cristiano lo cumple recorriendo las grandes etapas de la historia de la salvación, proclamadas en las primeras lecturas de cada domingo: la creación y caída del primer hombre (primer domingo), los patriarcas (segundo domingo), el Éxodo (tercer domingo), el reino de David (cuarto domingo), los profetas (quinto domingo). En los diversos anuncios, la Palabra proclama, más con hechos que con palabras, cómo Dios lleva a cabo su plan de salvación: llama al hombre a la fe, a la alianza, a la vida, y hace reposar sobre él su Espíritu.
(...)

Prácticas cuaresmales. El cristiano recorre el itinerario cuaresmal dejándose guiar continuamente por la Palabra de Dios, haciendo suyas las prácticas características (ayuno, limosna, oración), que deben reinterpretarse según indicaba Pablo VI en pascua de 1967: "Cada uno examine su conciencia, que tiene una voz nueva en nuestra época" (Populorum progressio 47).

-El ayuno tiene ciertamente una dimensión física; además de abstinencia de alimentos, puede comprender otras formas, como privarse de fumar, de algunas diversiones... Pero todo esto no abarca toda la realidad del ayuno. Es sólo signo externo de una realidad interior; se trata de un rito que debe revelar un contenido salvífico; es el sacramento del ayuno santo. El ayuno ritual de cuaresma:
-es signo de nuestro vivir de la Palabra de Dios. En realidad no ayuna quien no sabe nutrirse de la Palabra de Dios. "Tú no sólo te alimentas con alimentos terrenos", canta la liturgia ambrosiana, "sino de toda tu Palabra santa", a ejemplo de Cristo, el cual "más que el alimento, deseó la santidad de los corazones; su alimento es la liberación de los pueblos, su alimento es hacer la voluntad del Padre";
-es signo de nuestra voluntad de expiación: "No ayunamos por la pascua, ni por la cruz, sino por nuestros pecados, porque estamos preparándonos a los misterios" (san Juan Crisóstomo);
-es signo de nuestra abstinencia de pecado: "El ayuno verdaderamente grande, el que compromete a todos los hombres, es la abstinencia de la iniquidad y de placeres ilícitos del mundo; éste es el ayuno perfecto [...]. Y, por consiguiente, cuando en este mundo vivimos rectamente, cuando nos abstenemos de la iniquidad y de los place-res ilícitos observamos de algún modo los cuarenta días de ayuno" (san Agustín).

-La limosna es fruto del ayuno y de las privaciones que conlleva. No es sólo un expediente para que sobre-vivan situaciones injustas. Probablemente hoy se asocia la limosna cristiana con el compromiso por la justicia y la reestructuración de sistemas sociales. La limosna, así entendida, obliga al cristiano a solidarizarse con el es-fuerzo por un nuevo orden social.

-También la oración brota de ese ayuno que nos hace vivir de la Palabra de Dios. La oración auténtica brota de la escucha asidua de la Palabra de Dios, sobre todo cuando se hace en común. En el tiempo de cuaresma el individuo, las familias, las comunidades cristianas, se reúnen más frecuentemente en torno a la Escritura, encuentran nuevos espacios de escucha (¿por qué no apagar también la televisión alguna tarde?), responden al Dios de la alianza con su "Amén" coral.

En conclusión
Celebrar la eucaristía en el tiempo cuaresmal significa:
·       Volver a recorrer con Israel y con Jesús (bajo su guía, la predicación) el camino del desierto, el itinerario de la prueba y de la fe;
·       aprender a vivir diariamente del pan del desierto, de esa Palabra que es Cristo mismo;
·       comprometerse en la purificación de sí mismos, en la aceptación del don de la sangre de Cristo y en la ascesis cuaresmal;
·       asumir con más decisión la obediencia filial al Padre y el don de sí a los hermanos, que constituyen el sacrificio espiritual.
Así, renovando los compromisos bautismales en la noche pascual, podremos "pasar" a la vida nueva de Jesús, Señor resucitado, para la gloria del Padre, en unidad con el Espíritu.



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