Padre nuestro
La “Editrice Vaticana” ha
publicado un libro de unas características muy propias del Papa Francisco:
sencillo, cercano, asequible, que nos lleva como de la mano a Dios. Yo recomendaría
este libro a todos los que comienzan a hacer oración.
Reproducimos a continuación la
presentación que hace el propio Santo Padre:
“Padre” sin decir, sin
sentir esta palabra no se puede orar. «¿A quién rezo? ¿Al Dios
omnipotente? Está demasiado lejos. Esto yo no lo siento, Jesús tampoco lo
sentía. ¿A quién rezo? ¿Al Dios cósmico? Un poco común en estos días, ¿no?
Rezar al Dios cósmico. Esta modalidad politeísta llega con una cultura
superficial».
"¡Tú debes orar al Padre!
Es una palabra fuerte, "Padre". Debes rezar a quien te ha engendrado,
a quien te ha dado la vida. Se la ha dado a todos, ciertamente, pero
"todos“ es demasiado anónimo. Te la ha dado a ti, me la ha dado a mí. Y es
también aquel que te acompaña en tu camino: conoce toda tu vida, lo que es
bueno y lo que no es tan bueno. Si no comenzamos la oración con esta palabra,
dicha no con los labios sino desde el corazón, no podemos rezar "en
cristiano".
Tenemos un Padre. Muy cercano, que nos abraza. Todos esos afanes,
todas las preocupaciones que podamos tener, dejémoslas al Padre: Él sabe qué
necesitamos. ¿Pero en qué sentido «Padre»? ¿Padre mío? No: ¡Padre nuestro!
Porque yo no soy hijo único, ninguno de nosotros lo es y si no puedo ser
hermano, difícilmente podré convertirme en hijo de este Padre, porque es un
padre de todos. Mio, seguro, pero también de los demás, de mis hermanos. Y si
yo no estoy en paz con mis hermanos, no puedo decir «Padre» a Él.
No se puede rezar con enemigos en el corazón, con hermanos y enemigos
en el corazón. No es fácil, lo sé. « “Padre”, yo no puedo decir “Padre”, no me
nace». Es cierto, lo entiendo. «No puedo decir “nuestro” porque mi hermano, mi
enemigo me ha hecho esto, lo otro... y deben ir al infierno, ¡no son de los míos!»
Es cierto, nos es fácil. Pero Jesús nos ha prometido el Espíritu Santo: es Él
quien nos enseña, desde dentro, desde el corazón, cómo decir «Padre» y cómo
decir «nuestro». Pidamos al Espíritu Santo que nos enseñe a decir «Padre» y a
poder decir «nuestro», haciendo las paces con todos nuestros enemigos.
Tenemos un Padre. Muy cercano, que nos abraza. Todos esos afanes,
todas las preocupaciones que podamos tener, dejémoslas al Padre: Él sabe qué
necesitamos. ¿Pero en qué sentido «Padre»? ¿Padre mío? No: ¡Padre nuestro!
Porque yo no soy hijo único, ninguno de nosotros lo es y si no puedo ser
hermano, difícilmente podré convertirme en hijo de este Padre, porque es un
padre de todos. Mio, seguro, pero también de los demás, de mis hermanos. Y si
yo no estoy en paz con mis hermanos, no puedo decir «Padre» a Él. No se puede
rezar con enemigos en el corazón, con hermanos y enemigos en el corazón. No es
fácil, lo sé. « “Padre”, yo no puedo decir “Padre”, no me nace». Es cierto, lo
entiendo. «No puedo decir “nuestro” porque mi hermano, mi enemigo me ha hecho
esto, lo otro... y deben ir al infierno, ¡no son de los míos!» Es cierto, nos
es fácil. Pero Jesús nos ha prometido el Espíritu Santo: es Él quien nos enseña,
desde dentro, desde el corazón, cómo decir «Padre» y cómo decir «nuestro».
Pidamos al Espíritu Santo que nos enseñe a decir «Padre» y a poder decir «nuestro»,
haciendo las paces con todos nuestros enemigos.
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