Las tentaciones de Jesucristo
La Iglesia nos propone en el
primer Domingo de Cuaresma meditar sobre las tentaciones de Jesús en el
desierto. Enzo Bianchi nos ayuda a
hacerlo en este pequeño libro.
El hombre es un ser tentado: en el
camino de humanización, es decir, en el de hacerse hombre de verdad, se
encuentra en un régimen de prueba precisamente porque el ser humano posee la
libertad. O sea, que conoce la tentación. “El hombre, para humanizarse, dirá Bianchi, debe renunciar a los sueños y
a las ilusiones de omnipotencia, debe aprender el arte de la resistencia en el
espacio de la libertad y, por consiguiente, ser consciente de la prueba como
experiencia esencial a su libertad: ¡sin tentación no hay libertad!”
El escenario también es importante:
el desierto, la soledad. Sí, “la soledad es necesaria y fecunda, no como fin o
meta, pero sí ciertamente como instrumento privilegiado para nuestro propio
conocimiento, para conocer lo que habita en nuestro propio corazón, para
comprender «si verdaderamente buscamos a Dios»”; es una ayuda decisiva para no
pensar que son los otros la causa de que sucumbamos al mal y a las tentaciones.
En los Evangelios encontramos
distintas versiones de este episodio de la vida de Jesús. Es interesante
resaltar que existe en el Evangelio según Mateo un preciso paralelo entre Jesús
y Moisés: Jesús, como Moisés, también fue perseguido en su infancia (cf. Mt
2,13-18); Jesús, también como Moisés, bajó a Egipto para volver después a la
tierra prometida (cf. Mt 2,19-23); si Moisés entregó la Torá en la montaña,
Jesús la renueva y la ritualiza en su primer gran discurso (cf. Mt 5,1-7,28).
Ahora bien, precisamente, Jesús es más grande que Moisés, porque es el profeta
escatológico, el Mesías, el que lleva a su cumplimiento la vocación de Israel e
inaugura el Reino de Dios.
El mismo Espíritu le lleva ahora al
desierto, para “una especie de verificación vocacional: ¿es capaz Jesús de
vivir la vocación recibida? Él, que es Hijo de Dios, ¿es capaz de vivir como
Hijo de Dios?” Por otra parte, Jesús es tentado porque eso es parte esencial de
su condición de hombre, de su condición de siervo del Señor, como atestigua la
literatura sapiencial: «Hijo mío, cuando
te acerques a servir al Señor, prepárate para la prueba» (Eclo 2,1).
También está presente en las
tentaciones el mesianismo político y económico, se le pedirá a Jesús que
mostrara sus prerrogativas divinas dando pan en abundancia a los hambrientos.
No olvidemos, al respecto, cómo relee Fiódor
Dostoyevski esta tentación en la «Leyenda del gran Inquisidor»:
¿Y ves Tú esas piedras en este árido y abrasado desierto?… Pues
conviértelas en pan, y detrás de Ti correrá la humanidad como un rebaño,
agradecida y dócil, aunque siempre temblando, no sea que Tú retires tu mano y
se le acabe tu pan.
Este pasaje del Evangelio nos
plantea interesantes cuestiones: ¿qué esperamos de Dios? ¿Queremos que nos
confíe unos poderes divinos? ¿Queremos la evidencia de Dios, como los paganos?
¿O bien deseamos la Palabra de Dios, que es para nosotros la verdadera vida?
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