La alegría, sal de la vida cristiana
Esta obra de Amedeo Cencini
es un pequeño tratado sobre la alegría cristiana. Podríamos resumir el
contenido del libro en estas palabras del último capítulo: “Sólo podemos dar testimonio auténtico de
nuestra fe por medio de la alegría”. Lamentablemente los cristianos no siempre
damos ese testimonio y vivimos tensos, preocupados o “superocupados”, olvidando
que éste es nuestro primer apostolado.
Podríamos
afirmar que “la alegría es una cosa muy seria”, no podemos seguir situándola
entre los “elementos optativos” de la vida y del testimonio del creyente, ni
considerarla como una cuestión del carácter o del estado de ánimo. “La alegría
–dice Cencini- es cuestión de contenido, de madurez y solidez interior, de
experiencia y sabiduría de vida”.
Ante todo, la alegría no es un
sentimiento vacío, una pura sensación eufórica, abstracta; por el contrario, la
felicidad, aunque sólo sea en un plano humano, es la respuesta a la búsqueda de
sentido, y estamos contentos porque ha sucedido algo importante para la
persona, porque se ha cumplido un cierto deseo y, al mismo tiempo, porque ha
sucedido algo que no estaba del todo do previsto. Por supuesto, uno puede gozar
simplemente porque... «mejor es pan duro que ninguno», o porque ha hecho bien
la digestión o ha desahogado un instinto, o porque no tiene preocupaciones o le
ha tocado la lotería. Pero la alegría de la que hablamos aquí, la alegría
cristiana, es siempre también inédita.
De hecho, la alegría, y más aún la
alegría cristiana, es como una sorpresa, feliz, obviamente, y -como todas las
sorpresas auténticas -no prevista o no explícitamente pretendida y, por
consiguiente, no buscada y percibida después como inmerecida; y es «sorpresa»
justamente porque no es procurada intencionalmente y, por tanto, siempre está
también más allá de las expectativas (y los méritos) del sujeto.
A la vez la alegría es algo que se
aprende, y lo que se aprende es sobre todo la capacidad de gozar por
determinadas realidades o valores, y por situaciones y experiencias concretas.
situaciones y experiencias concretas. Todo individuo aprende a desear ciertos
bienes y, por tanto, a ser feliz por el hecho de alcanzarlos; de este modo, do,
se hace sensible a un cierto tipo de dones de la vida o de situaciones y gratificaciones
(y no a otras), o encuentra motivos para alegrarse donde otra persona no los
encontraría de ninguna manera. Existe, podemos decirlo claramente, una
formación de la capacidad de alegrarse, que se identifica con nuestra vida y la
educación en general que recibimos.
Por otro lado, para Cencini la
alegría es relacional, crece en compañía y busca la compañía. “Cuando uno goza,
si goza verdaderamente, siente la necesidad de compartir su alegría con las
personas a quienes ama”. Quien ha aprendido a gozar al escuchar las palabras
del Padre entenderá el “sentido cristiano de la fiesta”, como decía Pieper.
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