Saber amar con el cuerpo


Tengo en mucho aprecio a este libro y a su autor, con quien fui ordenado sacerdote por Juan Pablo II en Roma el año 1985. Doctor en Filosofía y Licenciado en Teología, Mikel Gotzon Santamaría realizó sus estudios en la Universidad de Navarra, y los completó en Roma, ciudad en la que ejerció la docencia universitaria durante varios años. Se ha especializado en análisis de metafísica y antropología.

Este ensayo trata de explicar lo específico del amor esponsal entre otras formas de amor. La persona humana tiene grabada en su interior la necesidad de ser conocida y amada, de conocer y amar a otros. Necesitamos que los demás nos conozcan, nos comprendan, nos acepten y nos amen. Y necesitamos conocer, comprender, aceptar y amar a los demás. La persona humana está hecha para este diálogo con otras personas. Pero hay diversos tipos de amor. 

El amor entre padres e hijos, por ejemplo, es distinto del amor de amistad entre amigos. Hay cosas que se cuentan a los padres, y hay otras que se cuentan a los amigos. Necesitamos el cariño de nuestros padres para unas cosas, y el de nuestros amigos para otras. Pero no nos basta con esos amores. La persona humana necesita entregarse, darse a conocer y amar de una manera más profunda, total.

Ese amor total incluye toda la persona, tanto su alma como su cuerpo. En ese amor, uno necesita decir y expresarlo todo, hasta lo más íntimo, en la confianza de que el otro va a comprenderte y aceptarte tal y como eres. Hay una confianza absoluta que permite y exige abrirse del todo, y requiere también recibir al otro con esa absoluta confianza, tal y como es. 

Esto es la que se llama amor esponsal. En este tipo de amor, interviene también el cuerpo, porque interviene la persona entera. El afán de entrega y de posesión, de saberse recibido y poseído, pretende llegar hasta lo más íntimo. No se trata sólo del tocar sensible, el amor busca también «tocar», poseer la intimidad del otro, y ser poseído hasta en lo más íntimo por él. Pero, en el amor humano, esa plenitud de identificación es imposible de alcanzar. Y, por eso mismo, tampoco se debe pretender alcanzarla de modo pleno, porque produce inevitables daños y desilusiones. En el amor de entrega total -con las limitaciones ahora esbozadas-, hombre y mujer se entregan el uno al otro con alma y cuerpo. El cuerpo juega un papel esencial porque, como hemos visto, el cuerpo es parte esencial de la persona humana. Por eso la entrega total es el amor sexual.

Alejándose de visiones del hombre derivadas del platonismo Mikel Santamaría trata de recuperar, siguiendo a Juan Pablo II la importancia del cuerpo en el amor personal. Si el cuerpo es expresión del alma, el amor se expresa también mediante el cuerpo. Las expresiones corporales de cariño tienen sentido cuando hay un verdadero amor entre las personas. No basta con una atracción física o con el simple enamoramiento afectivo, debe haber ya un comienzo de amor personal. Sólo entonces es verdad que esas caricias son expresión de amor. 

Si no, de lo que son expresión es del hambre de placer o de afecto. y el otro no es vivido como una persona a la que entregarse, sino como un objeto que satisface mi apetito sexual -sea carne, sea afecto-, del mismo modo que un caramelo satisface el gusto. Cuando se usa a otra persona de esta manera, no se la ama, ni siquiera se la respeta, porque se está utilizando y rebajando su intimidad personal. 

La utilización sexual rebaja irremediablemente a la persona, precisamente porque no puede dejar de afectar a su más honda intimidad. Al ser el sexo expresión de nuestra capacidad de amar, toda referencia sexual llega hasta lo más hondo, e implica a la totalidad de la persona espiritual. El hecho mismo de usarla como objeto ya es una falta de respeto hacia su persona, del mismo modo que si usara su cuerpo, por ejemplo, para protegerme de los disparos que me pudiera hacer otro. Eso va en contra de su dignidad. 

La experiencia indica enseguida cuándo algo es expresión de cariño o simple hambre de placer. Aunque también es verdad que los dos factores pueden estar presentes, y en ocasiones no es fácil saber de qué va esto. En la medida en que es simple hambre de placer, es malo, porque estoy usando, no amando.

Sólo con estas premisas entenderemos bien lo que es el matrimonio desde el punto de vista antropológico. Por ser la expresión del amor pleno, el acto sexual está reservado a la intimidad de la vida matrimonial. En nuestra situación cultural, es lógico que sea difícil, para muchos, entender esto. Porque, para entenderlo, hay que entender antes lo que es el matrimonio. Actualmente, muchos interpretan el casarse como un mero trámite, un simple papeleo que nada tiene que ver con la realidad del amor.

Este error es comprensible cuando la introducción legal del divorcio suprime el reconocimiento legal de una entrega para siempre. Me explico: si, según las leyes, cualquier matrimonio se puede divorciar, entonces la ley no reconoce la existencia de un verdadero compromiso para siempre. Esa ley no reconoce que alguien se haya comprometido de modo irrevocable, sin posible marcha atrás.
Casarse es entregarse para siempre. En este sentido, es algo tan definitivo como tirarse sin paracaídas: una vez que he saltado no hay marcha atrás. Cuando me caso, me tiro, me abandono en brazos del otro. Si el otro me falla, me doy el gran batacazo. 

Esto será arriesgado, pero la verdad es que el amor exige y necesita este abandono en manos del otro. Si quiero amar y ser amado, no puedo seguir llevando una coraza, tengo que abandonarme y depender realmente del cariño del otro para ser feliz. Sin esta dependencia y este abandono mutuos, el amor no puede desarrollarse. Esto implica que el otro me puede hacer daño. Pero si me pongo la coraza, para impedir los posibles sufrimientos, esa coraza hará imposible la intimidad y el abandono que son necesarios para experimentar el amor. Sin el riesgo de dolor, no es posible la alegría del amor.

En cambio, casarse con la posibilidad legal de divorcio es como tirarse con paracaídas: no me abandono plenamente en el otro. No me fío de él, no pongo mi vida totalmente en sus manos. La posibilidad legal del divorcio hace que no haya diferencia real entre lo que se llama casarse y la simple unión temporal de una pareja. Unos y otros están juntos mientras les venga en gana, y cuando quieran, se separan, y aquí no ha pasado nada. No ha pasado nada porque nunca ha habido nada, nunca ha habido una entrega real de la propia vida. Es decir, no ha habido matrimonio.



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