Lectio divina. Tiempo de Adviento


Desde hace años utilizo este libro como recurso para vivir el Adviento. Se trata de una edición preparada por Giorgio Zevini y Pier Giordano Cabra (eds.) publicada en castellano por Verbo Divino y que constituye un ambicioso proyecto: el comentario siguiendo el método clásico de la “lectio divina” de los textos de la Sagrada Escritura que nos ofrece la Liturgia, no sólo en los tiempos fuertes (Adviento, Navidad, Cuaresma y Pascua), sino también del Tiempo Ordinario. En total los editores. En total llevan ya más de dieciocho volúmenes que constituyen una valiosa ayuda para la oración y la predicación.

Introducción al Adviento

El hombre del nuevo milenio, el hombre que se considera "posmoderno", experimenta la tensión entre espera y no-espera. En cierto modo es ya incapaz de espera, bien porque vive en lo inmediato y se conforma con ello, bien porque es consciente de sus numerosos logros, de la cantidad de proyectos hechos realidad gracias a su espíritu emprendedor.

        Sin embargo, si juntamos tantas manifestaciones, vemos que este hombre no ha avanzado mucho respecto al hombre primitivo: se detiene a preguntar a los astros, confía a hechiceros sus males, recurre a diversos magos en busca de un suplemento de energía para poder superar los límites en los que se encuentra encerrado, se refugia en mundos artificiales que le procuran las drogas y las múltiples ofertas de las agencias turísticas. Pero, sin saberlo, lleva en el corazón una esperanza de salvación que experimenta diariamente que no está a su alcance ni en las posibilidades de su inteligencia ni en su fuerza. Esta espera de salvación ¿está destinada a estar siempre en el corazón como un vacío insaciable, o un grito en el desierto?

        Conocemos la historia de dos mendigos que esperan a un cierto Godot que venga a remediarlos. No saben nada de él, ni siquiera conocen la fecha o el lugar de la cita. Pasan el tiempo esperando. De pronto se acerca un muchacho con un mensaje indicando que Godot llegaría al día siguiente. Pero al día siguiente llega con la misma misiva: ¡mañana! Y los dos pobretones continúan en su absurda espera.

        Alguno podría ver reflejada en estos dos pobres de la obra  Esperando a Godot de Samuel Beckett la situación del hombre "postmoderno": un condenado a esperar un encuentro que nunca llegará. Sería un verdadero drama absurdo, un agitarse en un desierto sin descubrir nada, sin lograr llegar a un oasis, un continuo acariciar esperanzas irrealizables, un desear y construir proyectos con la consistencia de castillos de arena construidos en la playa.

        Para que la espera no carezca de sentido, exige esperar a alguien, alguien que realmente viene, que se deja encontrar... de este modo la espera se transforma en un ir al encuentro, en estar preparados, vigilantes, despiertos... La espera se vive como un movimiento, un dinamismo, un anhelo gozoso.

        La espera constituye la misma trama de la vida. Es su fuerza y debilidad. Impaciente y serena, la espera es compañera de la vida en sus búsquedas y encuentros. Contiene sus secretos. A veces es su freno y su trampolín de lanzamiento, su memoria y el latido de su corazón... La espera es de algún modo nosotros mismos, con nuestras cualidades y defectos, con nuestras certezas y nuestros interrogantes, con nuestras necesidades y nuestros deseos (E. Debuyst).

        La espera siempre rejuvenece al hombre, dispuesto a partir, con la vieja audacia de un loco vuelo. Se alimenta con el presentimiento de una novedad inminente, que está a las puertas y no hay que dejar escapar. Los ojos están bien abiertos, la mano dispuesta: todo es tensión hacia el futuro con la seguridad íntima de que va a despuntar la luz de la mañana, que finalmente: ¡Le podremos encontrar! Y habrá fiesta.

El gozo de la espera y la certeza de la venida

        La Palabra de Dios proclamada en adviento resume las esperas y búsquedas del hombre iluminando cuanto se agita en el corazón y en la mente del hombre; invita a perseverar en la espera y, a la vez, anuncia el cumplimiento de esta espera.

        Desde su atalaya el lector, como atento centinela, nos asegura que no esperamos a un Godot que nunca llegará, sino a alguien que va a llegar. A nuestra pregunta: «Centinela, ¿cuánto queda de la noche?», responde: «Viene la mañana...» (Is 21,11-12).

        Este tiempo que nos separa de la venida del Señor, este "entretiempo", está lleno de un estremecimiento de gozo, bien conocido por la esposa del Cantar de los Cantares:
«¡La voz de mi amado! Mirad cómo viene saltando por los montes, brincando por las colinas... Se ha parado detrás de nuestra tapia...» (Cant 2,8-9: 21 de diciembre).

«Nosotros esperamos al Señor, Él es nuestro socorro y nuestro escudo; Él es la alegría de nuestro corazón» (Sal 32: 21 de diciembre).

Maestros y modelos de la preparación

En la voz del lector resuenan las palabras y acontecimientos de los maestros y modelos del adviento: Isaías, Juan Bautista, María, José.

Isaías: es el profeta que expresa la esperanza de Israel, suscita la espera del hombre anunciando su próximo cumplimiento en el Salvador. No hay motivo para dudar de Dios: cumplirá sus promesas, no tardará. Él, creador de cielo y tierra, tiene poder de redimir a Israel creando un nuevo éxodo (48,13). La salvación será una nueva creación (45,7-8).

Juan Bautista: último de los profetas, resume en su persona y palabra la historia precedente justo en el momento de su cumplimiento. Se presenta con la misión de preparar los caminos del Señor (cf. Is 40,3), de ofrecer a Israel el «conocimiento de la salvación» consistente en «el perdón de los pecados» (cf. Le 1,77-78); finalmente es quien puede señalar a Cristo presente en medio de su pueblo (cf. Jn 1,29-34). Desea ceder el lugar a Cristo, que debe crecer, mientras él debe menguar (cf. Jn 1,19-28). Él es la voz potente que despierta sanas inquietudes en las conciencias adormecidas de los hombres.

María realiza en su persona lo que los profetas habían dicho de la «hija de Sión». En ella culmina la espera mesiánica de todo el pueblo de Dios del Antiguo Testamento. Asumiendo el proyecto de Dios y pronunciando su «sí» al ángel, inaugura el tiempo del cumplimiento y el hijo de Dios entra en el mundo como el «nacido de mujer» (Gal 4,4); así salva al mundo desde el interior mismo de la realidad humana. Las genealogías de Jesús y la anunciación nos recuerda el misterio de la "asunción" de lo humano por parte de Dios y la "inmersión" de lo humano en Dios.

José, el esposo de María, hombre justo, de la estirpe de David, es el signo del cumplimiento de la promesa de Dios a su antepasado real: «mantendré después de ti el linaje salido de tus entrañas, y consolidaré su reino» (2 Sm 7,12). Es el eslabón que, a través de David del que desciende, une a Cristo con la gran "Promesa", es decir, con Abrahán. Por ser legalmente «hijo de José» (Le 4,22) Jesús puede llamarse y ser saludado con el título mesiánico de «hijo de David» (cf. Mt 22,41-46).


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