Pijama para dos


La preparación para el Matrimonio es una de las prioridades pastorales en los tiempos que corren. El papa Francisco ha insistido el ello desde el Sínodo sobre la Familia: “Aprender a amar a alguien no es algo que se improvisa ni puede ser el objetivo de un breve curso previo a la celebración del matrimonio. En realidad, cada persona se prepara para el matrimonio desde su nacimiento” (Amoris laetitia, 208).

El libro de Alfonso Basallo es uno de los mejores que he leído sobre el tema en los últimos años. Conjuga la amenidad y el sentido del humor con la profundidad antropológica. Aclara muchos conceptos, por ejemplo:Amor es lo mismo que donación, es decir, darse. En eso, se parece al fuego, como descubrieron los más insignes poetas y no se cansan de recordarnos, cada verano, los compositores de música pop. Si se canaliza, da calor y vida; si no, lo destruye todo. El corazón humano está diseñado para darse. Si se da a los demás, es creativo y fecundo. Pero amarse a sí mismo es el camino más corto para la autodestrucción”.

Con frecuencia se confunde amor con enamoramiento y esto origina no pocas frustraciones: “El problema es que confundes el flechazo con el amor, que es como confundir, en términos automovilísticos, la primera marcha con la directa. Error muy común entre el pardillo de la autoescuela y el joven en edad de merecer. En el primer caso, te cargas el motor; en el segundo, la relación amorosa”. Volvemos a la idea inicial recordando una idea central de la antropología cristiana: “La entrega mutua es la más eficaz garantía del equilibrio psíquico, porque el ser humano es la única criatura que no puede encontrarse plenamente a sí misma si no es saliendo de sí”.
«Puede afirmarse sin miedo a errar afirma Ugo Borghello—, que muchos matrimonios fracasan porque cada cual está convencido de que es el otro quien debe cambiar o por lo menos el que debe hacerlo en primer término.» Hay gente que va al matrimonio, tal vez inconscientemente, a realizarse. Me lo han llegado a confesar algunos casados..., al presentarse problemas conyugales. Ir al altar vestido con el Yo en lugar del chaqué o el tul ilusión es ir de cabeza al pozo. El Yo es una criatura voraz que tiende a la obesidad. No han entendido o no les han explicado—que la diferencia entre el soltero y el casado es radical. Que uno deja ya de vivir para sí y comienza a vivir para el otro («desvivirse», dice gráficamente la lengua castellana). Que ya no cuenta lo tuyo (caprichos, aficiones, apetencias), sino lo del otro.
Las imágenes de una película valen más que mil palabras... Se trata de “El festín de Babette” , un filme de los años ochenta, basado en un relato de Karen Blixen, la autora de Memorias de África . A una mujer le toca la lotería y en lugar de hacerle una pedorreta a su jefe o irse de vacaciones a las Bahamas, decide gastarse el premio en una fastuosa cena que ofrece a una serie de personas. El mimo con el que prepara la cena, los ricos ingredientes, la exquisitez de su presentación, hacen del festín una declaración de amor. Y tal despliegue desarma a los comensales: después de participar en el festín de Babette ya no son los mismos de antes. El festín es un regalo, no una invitación a la gula. Del mismo modo que la unión conyugal es amor y no lujuria. Y el regalo transforma a quien lo recibe. Pero para eso es preciso regalarse uno mismo a los demás, tirar la casa por la ventana, arruinarse (…) Quizá por eso el amor y la economía se han llevado tradicionalmente mal. Generosidad y llegar a fin de mes son prácticamente incompatibles. Y familia calculadora es una contradicción “in términis”. Por eso, auguro un porvenir chungo al típico novi@ que invierte todas sus energías en encontrar vivienda y amueblarla y parece que con quien se casa es con el piso y no con su churri. Nosotros un desastre con los números—nunca hemos entendido esa obsesión por la casa. Porque la casa está... para tirarla por la ventana. O te lanzas sin red, fiado únicamente en los ojos maravillosos de tu mujer o en las anchas espaldas de tu hombre, o no hay revolución. Si en el amor no hay derroche..., quizá no es verdadero amor.

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