Alas para volar


Este libro, publicado hace más de doce años, pretende ser una obra práctica, encaminada a facilitar la vida de oración. Estas páginas que siguen constituyen, ciertamente, un intento de explicar algunas enseñanzas de san Josemaría Escrivá sobre la oración. Pero, sobre todo, pretenden ser una invitación a la oración, una llamada a mirar a Jesucristo, a escuchar sus enseñanzas y a procurar seguirle.

Es clásica entre los autores cristianos la expresión “elevación del alma hacia Dios” referida a la oración. El sentido último de esta expresión es el siguiente: seguir a Jesucristo significa recorrer un camino contrario a la fuerza natural de la “gravedad”. Seguir a Cristo es “elevarse” contra la fuerza de la gravedad del egoísmo, del afán de obtener lo puramente material, del afán de dominar, del deseo de conseguir el mayor placer -tantas veces confundido con la felicidad-, etc.

En realidad es el amor lo que nos eleva, lo que nos lleva a superar cualquier forma de egoísmo. Así entendió san Josemaría aquel verso de san Juan de la Cruz, que le era tan familiar: “volé tan alto, tan alto, que le di a la caza alcance”. “Para acercarte a Dios, para volar hasta Dios, necesitas las alas recias y generosas de la Oración y de la Expiación”, dirá en un punto de Forja[1]. Es el amor lo que nos mueve a la oración y a la purificación, porque sabemos que Dios nos escucha siempre y que es posible acercarse a Él quitando de nuestra vida aquello que le desagrada.

Solía recomendar, a quienes se le acercaban para pedirle consejo, sujetarse a un plan de vida y dedicar a la oración un tiempo fijo mañana y tarde. Quizá pudiera parecer que un planteamiento así cuadricula la vida espiritual, que a la larga podría verse como una pesada carga, pero estaba convencido de que sin esa ayuda no sería posible volar: “Esas obligaciones, que aceptaste libremente, son alas que te levantan sobre el cieno vil de las pasiones”[2]. Al fin y al cabo, también pesan las alas de las aves, pero ¡qué harían sin ellas!

Queda en el aire su invitación a volar aún más alto, recogida en las primeras páginas de Camino: “No vueles como un ave de corral, cuando puedes subir como las águilas”[3]. Una propuesta siempre oportuna, llena de fe y de esperanza. Dios quiera que no nos cansemos de considerarla.

Cuenta Pilar Urbano en el libro El hombre de Villa Tevere una sabrosa anécdota de San Josemaría Escrivá a propósito de los oratorios de la citada Villa. Preguntado el Santo por el oratorio que le gustaba más, respondió: “A mí me gustan todos los oratorios de esta casa. Pero... me gusta más la calle. Y tú, hijo mío, y tantas hijas e hijos míos, tendréis que hacer muchas veces la oración por la calle. ¡Y se puede hacer la mar de bien...! Aunque, siempre que podemos, la hacemos en una iglesia o en un oratorio: ante el Señor, que está realmente presente en el sagrario” (p. 186).

En esta sencilla y enjundiosa respuesta se esconde no sólo una experiencia de vida de oración, sino también una referencia al carácter contemplativo y dialogal que tiene la plegaria especialmente en una iglesia u oratorio, ante el Santísimo Sacramento.

Cuando el Santo Padre Juan Pablo II canonizó a San Josemaría el 6 de octubre de 2002, lo presentó como un “maestro de oración”.

El presente libro pretende acercar a los lectores algunas enseñanzas y algunos consejos del Fundador del Opus Dei. Con el sugestivo título de ALAS PARA VOLAR, tomado de un punto de Forja, el autor quiere, al mismo tiempo, facilitar la oración. Por eso, además de apoyarse en textos del Santo, va desgranando un pequeño tratado sobre la oración cristiana, dedicando una atención particular al Rosario y al Vía Crucis. En la II parte, siguiendo las sugerencias de la Carta Apostólica “Rosarium Virginis Mariae” del Papa Juan Pablo II, propone, para cada uno de los misterios gozosos, de luz, dolorosos y gloriosos, unos textos bíblicos y unos comentarios de San Josemaría.

Confío y deseo que esta pequeña obra cumpla su objetivo. La oración es la respiración del creyente: “La vida cristiana debe ser vida de oración constante, procurando estar en la presencia del Señor de la mañana a la noche y de la noche a la mañana. El cristiano no es nunca un hombre solitario, puesto que vive en un trato continuo con Dios, que está junto a nosotros y en los cielos. Sine intermissione orate, manda el Apóstol, orad sin interrupción (1 Tes 5, 17)” (San Josemaría, en  Es Cristo que pasa, 116).




[1] .  Forja, n. 431.
[2] .  Surco, 414
[3] .  Camino, n. 7

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