La América ingenua
En torno al descubrimiento y
conquista de América la polémica
surge fácil. La misma palabra “descubrimiento” se ha puesto en tela de juicio:
algunos prefieren hablar de “encuentro de dos razas que vivían ignorándose
hasta ese momento. Mariano Fazio se
adentra con valentía y rigor en este complejo tema.
En la Introducción del
libro, el autor recuerda que sobre estas cuestiones hay “leyendas negras” y
“leyendas blancas”. Evidentemente se trata de no caer en ninguno de los dos
extremos y saber distinguir entre lo que es la conquista y lo que es la
evangelización. El primer problema que nos planteamos –y que se plantearon
personajes contemporáneos al descubrimiento de América- es saber si existe
realmente un “derecho de conquista”. El papa Alejandro VI “donó” a los Reyes
Católicos las tierras descubiertas, pero ¿es esto legítimo? ¿puede la Iglesia
donar algo que no le pertenece, aunque sea con el fin de evangelizar? Esto dará
lugar al problema de los “Justos Títulos” que la Escuela de Salamanca
(Francisco de Vitoria) resolverá afirmando que “el Papa no tenía poder temporal
para donar tierras que tenían legítimos poseedores: los indios”.
Los colonos no sólo se
apropian de las tierras, sino que las hacen producir en su beneficio usando a
los nativos como siervos al más puro estilo feudal por medio de las
“encomiendas”. La crisis surge el cuarto domingo de Adviento de 1511 cuando
fray Antonio de Montesinos, uno de los primeros cuatro dominicos llegados a
América, pronuncia su sermón en presencia de los más destacados encomenderos:
apelando a las conciencias de los
españoles de la isla de Santo Domingo y la ceguedad en que vivían; con cuánto
peligro andaban de su condenación, no advirtiendo los pecados gravísimos en que
estaban metidos y en ellos morían, dijo así:
“Para
os los dar a cognoscer me he sabido aquí, yo que soy voz de Cristo en el
desierto desta isla, y por tanto, conviene que con atención, no cualquiera,
sino con todo vuestro corazón y con todos vuestros sentidos, la oigáis; la cual
os será la más nueva que nunca oísteis, la más áspera y dura y más espantable y
peligrosa que jamás no pensasteis oir".
Esta
voz encareció por buen rato, con palabras terribles, que les hacia
estremecer las carnes y que les parecía que ya estaban en el divino juicio. La
voz, pues, en gran manera en universal encarecida, declaró cuál era o qué
contenía en sí aquella voz:
"Esta voz, dijo
él, que todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y
tiranía que usáis con estas inocentes gentes. Decid, ¿con qué derecho y con qué
justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbres aquellos indios? ¿Con qué
autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en
sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas dellas, con muerte y
estragos nunca oídos, habéis consumido? ¿Cómo los tenéis tan opresos y
fatigados, sin dalles de comer ni curallos en sus enfermedades, que de los
excesivos trabajos que les dais incurren y se os mueren, y por mejor decir, los
matáis, por sacar y adquirir oro cada día? ¿Y qué cuidado tenéis de quien los
doctrine y cognozcan a su Dios y criador,sean baptizados, oigan misa, guarden
las fiestas y domingos?”
La polémica no
tardaría en llegar a oídos de la Casa Real y finalmente se pidió consejo moral
a los sabios profesores de la Universidad de Salamanca. Estas cuestiones darán
pie a que Francisco de Vitoria elabore los fundamentos del moderno “derecho de
gentes” tomado del Derecho Romano y que será el origen del actual Derecho
Internacional, basado en la idea de que toda persona, como se humano tiene
siempre unos derechos inalienables.
“Oda
a Roosevelt”. Rubén Darío
(Citada
por Mariano Fazio en la introducción
del libro _América ingenua_)
¡Es
con voz de la Biblia, o verso de Walt Whitman,
que
habría que llegar hasta ti, Cazador!
Primitivo
y moderno, sencillo y complicado,
con
un algo de Washington y cuatro de Nemrod.
Eres
los Estados Unidos,
eres
el futuro invasor
de
la América ingenua que tiene sangre
indígena,
que
aún reza a Jesucristo y aún habla en español.
…
La
América del gran Moctezuma, del Inca,
la
América fragante de Cristóbal Colón,
la
América católica, la América española,
la
América en que dijo el noble Guatemoc:
«Yo
no estoy en un lecho de rosas»; esa América
que
tiembla de huracanes y que vive de Amor,
hombres
de ojos sajones y alma bárbara, vive.
Y
sueña. Y ama, y vibra; y es la hija del Sol.
Tened
cuidado. ¡Vive la América española!
Hay
mil cachorros sueltos del León Español.
Se
necesitaría, Roosevelt, ser Dios mismo,
el
Riflero terrible y el fuerte Cazador,
para
poder tenernos en vuestras férreas garras.
Y, pues contáis con todo,
falta una cosa: ¡Dios!
Comentarios
Publicar un comentario