Comentario al Cantar de los Cantares



Innumerables autores cristianos han comentado este libro de la Biblia desde la antigüedad. José Fernando Rey Ballesteros no tiene reparos en añadir un nuevo comentario a este tema que parece inagotable y en el que se han detenido tan ilustres comentadores desde Orígenes a San Juan Pablo II, pasando por el inolvidable San Juan de la Cruz.

En este libro, publicado en 2013, nuestro autor plantea el amor humano, con todo su esplendor, como el reflejo de un amor mayor, de ese Amor del que todo amor procede. Cuando el Cantar de los Cantares celebra las bodas del rey Salomón con una mujer extranjera, el Espíritu Santo, verdadero autor de la Sagrada Escritura, lleva nuestro espíritu hacia otro rey, otra esposa, y otras bodas. Y si ese mismo Espíritu nos ayuda a leer sus versos, un desposorio real celebrado hace miles de años se convertirá en ventana abierta hacia unas bodas eternas.
Salomón es Jesucristo. La esposa es la Iglesia, y el tálamo es la Cruz.
Verso a verso ve desgranando interesantes consideraciones:
Sigue (el Amado) las huellas de las ovejas. “Ahí tienes las huellas que han dejado los santos tras el rastro de Cristo. Síguelas, y hallarás el Monte Calvario. Al recorrerlas con la mirada, observarás que esas huellas se adentran por lugares oscuros, ascienden cuestas empinadas y riscos escarpados, se deslizan por senderos estrechísimos que bordean los abismos (…) los santos que han dejado esas huellas en la arena eran de la misma condición que tú; tenían una carne como la tuya, y las mismas debilidades que a ti te hacen sentir frágil. Cayeron muchas veces, como has caído tu; pero se levantaron siempre, porque su deseo del Amor era grande. Ahora, alma, te desvelaré un secreto que muy pocos quieren conocer: ninguno de ellos subió por su propio pie al Calvario. Apenas se habían fatigado en el camino, cuando el Pastor descendió hasta donde ellos estaban, y, tomándolos sobre sus hombros, los llevó hasta la cima. A unos, a los más débiles, les salió al encuentro muy pronto; cuando apenas habían comenzado a ascender; otros, los más fuertes, soportaron muchas penalidades, lucharon contra las fieras y sortearon trampas de muerte: el Pastor les hizo esperar durante más tiempo…

Otro verso famoso: Su izquierda está bajo mi cabeza, y su diestra me abraza. Aquí el brazo izquierdo del Amado “hace amorosamente las veces de almohada o reclinatorio para la cabeza de la Amada. Por eso, y porque el origen del brazo izquierdo es ese lado del costado en que se halla el corazón, diremos que se nos está hablando ahora del Corazón de Nuestro Rey y Señor Jesucristo, sobre el que el discípulo amado reclinaba su cabeza (Cf. Jn 13, 25). En él descansa el alma amada de Cristo, gustando las delicias de los nobles y divinos sentimientos que yacen escondidos en tan preciado cofre. Por el brazo derecho entendemos el costado traspasado por la lanza del centurión, que se hallaba a ese mismo lado, y del que manaron aquellas agua y sangre (Cf. Jn 19, 34) que simbolizan al Espíritu Santo. Y es que el Espíritu Santo es como abrazo de Cristo, que rodea al cristiano y lo consagra amorosísimamente a su Señor”.

Con frecuencia la amada no ve al amado, pero puede escucharlo:
Empieza a hablar mi amado, y me dice: «Levántate, amada mía, hermosa mía, y vente». “Oculto tras las rejas, asomado a las celosías, el Amado deja escuchar sus palabras. Si en un primer momento la Amada pudo tan sólo distinguir su voz, ahora puede ella claramente escuchar lo que esta voz le dice. Es necesario, antes de unirnos definitivamente al Amado, que pasemos un tiempo escuchando su Palabra aquí en la tierra. Éste es el motivo por el que Él permanece, durante el breve tiempo de esta vida, oculto tras las celosías de los sentidos”. ¿Cómo no pensar en la Eucaristía? ese manifestarse del Señor oculto que nos llama a cada uno.


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