Al César lo que es del César



En el presente ensayo el Profesor Mariano Fazio clarifica la cuestión de la relación entre política y religión afirmando, con Benedicto XVI la diferencia entre la “laicidad” y “laicismo”. En este sentido, la defensa que el Concilio Vaticano II hace de la “libertad religiosa” es fundamental.

Considerada por Juan Pablo II como fundamento y culmen de los derechos de la persona humana, la libertad religiosa fue solemnemente reconocida en el Magisterio de la Iglesia por la Declaración “Dignitatis humanae” del Concilio Vaticano II, definida por Rocco Buttligione como «el corazón del evento conciliar».

En este documento se afirma decididamente el derecho de las conciencias a buscar la verdad libremente, sin constricción externa. El Concilio no aceptaba la libertad de conciencia entendida en sentido liberal, es decir como radicalmente autónoma, sino que incorporaba a la terminología magisterial muchas nociones surgidas en la Modernidad, siempre en el respeto a la verdad objetiva y al orden moral natural. El Concilio afirmaba que, en armonía con la tradición magisterial anterior y creyendo que la única religión verdadera es la católica, manteniendo también la obligación que tienen todos los hombres de buscar la verdad, especialmente en lo que se refiere a Dios y a su Iglesia, y una vez conocida la verdad, a abrazarla y custodiarla, «confiesa, asimismo, que estos deberes tocan y ligan la conciencia de los hombres, que la verdad no se impone sino por la fuerza de la misma verdad, que penetra suave y fuertemente en las almas»

De este modo el Concilio ponía las bases para la construcción de una Modernidad cristiana, que lejos de actitudes clericales o teocráticas, pudiera dar sentido a la Modernidad secularizada y relativista del siglo XX. La reacción del Magisterio de la Iglesia, sobre todo bajo el pontificado de Pío IX, fue de una condena áspera y radical a estos aspectos de la Modernidad, identificables con el laicismo. Sin embargo, la edad moderna fue evolucionando. No solo se presentaba el modelo laicista francés, sino que la Revolución americana ofrecía un modelo de Estado y de sociedad abierto a la trascendencia y a los valores religiosos. Más adelante, en el siglo XX, «hombres de Estado católicos habían demostrado que puede existir un Estado moderno laico, que no es neutro con respecto a los valores, sino que vive tomando de las grandes fuentes éticas abiertas por el cristianismo» (Benedicto XVI).

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